Las personas transitan por la vida,
por la mía han pasado y pasan muchas;
las circunstancias nos las ponen cara a cara por distintas razones.
Algunas me acompañan siempre,
desde lejos,
acercándome a esos lugares que de
pequeña hacían alegres mis días de infancia,
con quienes gozaba plenamente,
mis primos.
De quienes aprendí que,
la generosidad no es una palabra dicha,
o escrita por muchos,
sino una forma de vida,
mis tíos.
A quien disfruté sus días divididos,
repartiéndose entre aquí y allá, repartiéndonos amor inmensurable,
mi abuela Isabel.
A quien pude cuidar en sus días difíciles sin saber que serían los últimos,
mi abuela Angélica.
A quien no conocí porque se adelantó varios años antes de que naciera,
quizás faltaron sus abrazos,
pero su carisma vive,
en las anécdotas de mi madre y tía,
mi abuelo Pastor.
De quien tengo recuerdos,
no tantísimos como quisiera,
aunque sí la imagen de un hombre bonachón,
y sencillo como pocos,
mi abuelo Severo.
A otras,
evoco,
de vez en cuando,
en mis sueños.
Me sucede a menudo,
que los rostros de los que amo,
los veo en todos lados;
será que de tanto amarlos,
no quiero olvidarlos.
Amigas entrañables,
esas que no necesitan de tantas palabras,
que conocen mis historias,
que saben a miel,
y de aquellas que saben a hiel,
a ellas,
sin saberlo,
las he invocado en mis pensamientos.
Mis padres, gracia invaluable,
ejemplos de amor inconmensurable;
dicha gozosa es vuestra compañía,
admirable la certeza y lucidez en sus palabras.
Hermanos, tengo cinco;
a quienes un lazo me une,
pero no el sanguíneo solamente,
si no ese que nunca se desata,
que se vuelve más férreo,
y no se corroe con el tiempo.
El afecto y el acompañamiento
me unen a aquellos que,
sin ser hermanos
me han tendido la mano
cuando más lo he necesitado,
y eso no se olvida,
queda afincado,
atesorado,
y bien guardado,
mis cuñados.
Sobrinos, once.
Cercanos, queridos, inquietos,
ingeniosos;
amor distinto,
a todos ellos me une
una afinidad y un cariño especial.
Hijos, tres.
Seres irremplazables,
sostenes de mis días grises;
irradian esperanza y alegría,
disfrutan sin tanta prisa su presente,
aunque también saborean su futuro.
Son mis guardianes y protectores;
parecidos,
y a la vez distintos;
los quiero plenos, libres y
auténticos,
también convincentes,
con sus ideales.
Mi amor, esposo amado;
recorriendo juntos travesías
y planicies.
Mirando, juntos, el faro
al que caminamos de la mano.
Acompañándome,
respetando mis soledades y silencios,
apoyo invaluable en mis empresas personales.
Dios, presencia paternal que no defrauda,
que acaricia aún en fuertes tempestades,
mano protectora que nunca abandona,
amor que no espera nada a cambio,
que todo lo da.
Mi ser,
en medio de su inmensidad,
se vuelve más pequeño aún,
para regresar a sus brazos,
como niña que necesita de la mirada constante de su padre ,
y de esa complicidad silenciosa,
para que le susurre al oído,
siempre,
-hija, estoy aquí, al lado tuyo.
Y al girar la cabeza,
descubro feliz que mi alma,
repleta está de seres que me dio la vida,
y de aquellos que escogí deliberadamente,
para que permanezcan,
a veces a la distancia,
y otras, más cerca,
para hacer de mi vida más completa
todavía.
Soledad Perugini