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Un lugar para la lectura...

  • Foto del escritorMaría Soledad Perugini

TODAVÍA…

Las personas transitan por la vida,

por la mía han pasado y pasan muchas;

las circunstancias nos las ponen cara a cara por distintas razones.

Algunas me acompañan siempre,

desde lejos,

acercándome a esos lugares que de

pequeña hacían alegres mis días de infancia,

con quienes gozaba plenamente,

mis primos.


De quienes aprendí que,

la generosidad no es una palabra dicha,

o escrita por muchos,

sino una forma de vida,

mis tíos.


A quien disfruté sus días divididos,

repartiéndose entre aquí y allá, repartiéndonos amor inmensurable,

mi abuela Isabel.


A quien pude cuidar en sus días difíciles sin saber que serían los últimos,

mi abuela Angélica.


A quien no conocí porque se adelantó varios años antes de que naciera,

quizás faltaron sus abrazos,

pero su carisma vive,

en las anécdotas de mi madre y tía,

mi abuelo Pastor.


De quien tengo recuerdos,

no tantísimos como quisiera,

aunque sí la imagen de un hombre bonachón,

y sencillo como pocos,

mi abuelo Severo.


A otras,

evoco,

de vez en cuando,

en mis sueños.

Me sucede a menudo,

que los rostros de los que amo,

los veo en todos lados;

será que de tanto amarlos,

no quiero olvidarlos.


Amigas entrañables,

esas que no necesitan de tantas palabras,

que conocen mis historias,

que saben a miel,

y de aquellas que saben a hiel,

a ellas,

sin saberlo,

las he invocado en mis pensamientos.


Mis padres, gracia invaluable,

ejemplos de amor inconmensurable;

dicha gozosa es vuestra compañía,

admirable la certeza y lucidez en sus palabras.


Hermanos, tengo cinco;

a quienes un lazo me une,

pero no el sanguíneo solamente,

si no ese que nunca se desata,

que se vuelve más férreo,

y no se corroe con el tiempo.


El afecto y el acompañamiento

me unen a aquellos que,

sin ser hermanos

me han tendido la mano

cuando más lo he necesitado,

y eso no se olvida,

queda afincado,

atesorado,

y bien guardado,

mis cuñados.


Sobrinos, once.

Cercanos, queridos, inquietos,

ingeniosos;

amor distinto,

a todos ellos me une

una afinidad y un cariño especial.


Hijos, tres.

Seres irremplazables,

sostenes de mis días grises;

irradian esperanza y alegría,

disfrutan sin tanta prisa su presente,

aunque también saborean su futuro.

Son mis guardianes y protectores;

parecidos,

y a la vez distintos;

los quiero plenos, libres y

auténticos,

también convincentes,

con sus ideales.


Mi amor, esposo amado;

recorriendo juntos travesías

y planicies.

Mirando, juntos, el faro

al que caminamos de la mano.

Acompañándome,

respetando mis soledades y silencios,

apoyo invaluable en mis empresas personales.


Dios, presencia paternal que no defrauda,

que acaricia aún en fuertes tempestades,

mano protectora que nunca abandona,

amor que no espera nada a cambio,

que todo lo da.

Mi ser,

en medio de su inmensidad,

se vuelve más pequeño aún,

para regresar a sus brazos,

como niña que necesita de la mirada constante de su padre ,

y de esa complicidad silenciosa,

para que le susurre al oído,

siempre,

-hija, estoy aquí, al lado tuyo.


Y al girar la cabeza,

descubro feliz que mi alma,

repleta está de seres que me dio la vida,

y de aquellos que escogí deliberadamente,

para que permanezcan,

a veces a la distancia,

y otras, más cerca,

para hacer de mi vida más completa

todavía.


Soledad Perugini



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