ESOS GLORIOSOS CUARENTA MINUTOS
- María Soledad Perugini
- 9 may 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 may 2020
Un encuentro virtual en tiempos de pandemia.

Programamos una hora puntual para encontrarnos. Uno de nosotros se encargó de planear la reunión en Zoom.
Todos emocionados: nos arreglamos, acomodamos un poco el escenario, ese rincón o lugar de nuestras casas (la escenografía) para que todo se viera bien, lindo.
No podíamos más de la emoción que nos embargaba saber que en unos minutos, a través de un dispositivo, nos veríamos las caras luego de un largo tiempo.
Comenzaron a aparecer los rostros más queridos y extrañados .
Los más chicos enseñaban a los más grandes cómo vernos mejor; algunos más tímidos, otros no entraban en la pantalla ya que somos muchos.
Nuestras voces, mejor dicho, el delay, no nos permitía escucharnos con claridad: lo hacíamos casi al unísono. Cada uno (dejándonos llevar por las ansias) quería contar lo que había hecho el día anterior…pero tampoco bastaba con lo hecho tal o cual día, porque teníamos muchas historias de muchos días para contar.
A veces sucede que la tecnología, como en estos casos, no es muy buena aliada, porque a todos nos aparecía de repente una leyenda: “Su reunión caducará en 40 minutos”.
-¡¿Cómo que caducará… si yo no pude decir nada?!- gritó uno de nosotros detrás de ese monitor.
Claro cuarenta minutos divididos por veintinueve (sin contar a la pequeña de la familia que también participaba con sus encantadores balbuceos) eran insuficientes. Y sin contar que varios, prefirieron dejar su lugar en la familia para que otros se visibilizaran un poco más.
Quisimos cantar todos juntos: MISIÓN IMPOSIBLE.
-¿Se escucha mi voz?- expresó otro- Por supuesto que la respuesta del otro lado no llegó.
Las interferencias y los ruidos ambientales se convirtieron en el telón de fondo, como si todo lo que estaba sucediendo en las pantallas se tratara de una película. Un film que ocurría muy veloz, en el que había suspensos (cortes en el micrófono) y pausas; como así también sus personajes pasaban fugaces a través del celuloide, y cuya trama era atrapante: no era de suspenso (como las que veo) ni de terror (como las que descarto) o de ciencia ficción (como las que me aburren, y dejo). Era una de amor. No melodramática ni melosa (ésas que algunos prefieren para los días grises). No, era una en la que sus personajes eran protagonistas. En ésta no hay extras, ni siquiera las mascotas que aparecían de tanto en tanto en algún resquicio de la pantalla.
Teníamos cosas por compartir, por decirnos, por sacar desde nuestro fuero íntimo y hacerlo visible, tal vez, más liviano y llevadero.
Una vez más, la tecnología nos convocaba. Los cuarenta minutos no bastaron entonces para contarnos todo lo transcurrido en estos largos días de cuarentena en casa.
Me gusta pensar que esta película la construimos cada vez que nos reencontramos virtualmente, que no tiene un The end o Fin.
Quizás, Zoom se apiade y otorgue algunos minutos más para una familia como la mía, porque a veces los cuarenta minutos, no son suficientes para contar cómo salió tal o cual receta; o los logros de los más pequeños, el avance de la carrera de la más grande, los comentarios de los y anécdotas de otros.
Estos reencuentros virtuales, valorizan aún más, la dicha de ver reflejada en la pantalla, la sonrisa de mis padres o la ternura con la que ellos nos miran durante esos gloriosos cuarenta minutos.
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